No todos somos capaces de reírnos de nosotros mismos, aunque sería recomendable poder hacerlo, puesto que se trata de un ejercicio terapéutico. He buscado entre mis recuerdos y he encontrado un episodio en que me sentí ridícula pero, posteriormente, complacida, y me ha servido para componer este pequeño relato:
Tendría nueve o diez años cuando alguien se atrevió a plantarme cara. Yo estaba acostumbrada a dirigir los juegos, a que siempre se hiciera mi voluntad, pero nunca había pensado en ello, no sé cómo empezó.
Un día, estando en el patio del colegio, una compañera se enojó y resolvió que ya había tenido suficiente ración de autoridad. En una de esas ocasiones en las que yo decidía cómo se hacían las cosas, Asunción, que así se llama quien osó contradecirme, me espetó:
-Ya estamos hartos de hacer lo que tú dices, ya no vamos a seguirte el juego.
Ignoro qué más diría, solo recuerdo que creía estar en un sueño y que su tono no era cordial. ¿Yo era alguien horrible a quien se detestaba? ¿Cuándo me había convertido en un ser odioso? Permanecí sin aliento, petrificada y abochornada; aquellas palabras fueron una confesión, porque yo no podía sospechar que mi actitud despertara sentimientos adversos. Me sentía ridícula ante un grupo de muchachas que, al tiempo que me escrutaban, me juzgaban, me declaraban su antipatía y habían empezado a mermar mi autoestima.
No me enfadé, veía que la chica estaba en lo cierto, aunque fue algo nuevo que hizo ruborizarme y me trajo de vuelta. Me sentí estafada, puesto que entonces supe que no todo giraba en torno a mí. Me avergoncé de haber estado viendo la vida desde un ángulo equivocado. Era una niña pequeña que se había encogido y descubría que la dureza de algunas palabras hiere. Casi todos los que yo creía mis amigos habían estado obedeciendo mis órdenes a la fuerza, mientras yo disponía de ellos a mi antojo; por eso, mi forma de percibir el mundo se desmoronó y me mareé. El vértigo me impedía pensar con claridad y Asunción movía la boca en un vacío desconocido que me ayudó a cambiar. Siempre le he estado agradecida.
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